No tengo título, de IES Rafal

El alumnado de 4ESO del IES Rafal ha materializado todo el trabajo de este año en este libro de cuentos filosóficos que os presentamos bajo el (no) título de una paradoja. La prisa, que es enemiga de la filosofía, ha querido que este curso se me pasara abrir el libro con un prólogo. Les pido disculpas. Saben que lo siento yo más que ellos y ellas. Y, aunque sé que no es lo mismo, os lo escribo aquí; dedicado a vosotras, a vosotros, y a todo el que quiera dedicarle unos minutos a leer cómo y por qué trabajamos así.

PRÓLOGO, de Fran Béjar, a «NO TENGO TÍTULO».

¿Qué es la filosofía? Abordar esa pregunta es asomarse a un abismo. Una encrucijada que no podemos dejar de plantearnos, del mismo modo que no podemos dejar de plantearnos quién somos; se trata del mismo mapa, a distinta escala. En tanto que todos estamos interesados por la propia vida, todos estamos también —lo sepamos o no— interesados por la filosofía. De modo que bastaría con excitar ese interés, con despertar algo que ya está en nuestro interior, que nos constituye. Pero, ¿cómo? Prácticamente, desde que soy profesor no he dejado de hacerme esa pregunta. ¿Cómo excitar el interés, cómo despertar? ¿Cómo enseñar filosofía?
Por supuesto hay ideas, conceptos y teorías que, desde hace siglos, filósofos y filósofas han ido forjando. Herramientas que pueden resultar muy útiles para pensar mejor, para moldear nuestra conducta, para cambiar el mundo, o, simplemente, para intentar ser más felices. Si un profesor no puede dejar de preguntarse cómo se enseña filosofía, tampoco puede dejar de responder que esos fundamentos básicos deben transmitirse.
Sin embargo, aunque necesarios, esos rudimentos no son suficientes. Son conchas huecas, ecos vacíos, letra muerta y fosilizada en los libros de texto. Si nos quedamos ahí, la curiosidad y la creatividad, consustanciales al ser humano, acaban muriendo en ese sucedáneo del aprendizaje que es la retentiva, enemiga incluso de la memoria. Si alguna vez tuvo sentido, ese camino es hoy ya una vía muerta.
¿Qué hacer, entonces? ¿Cómo dar vida, cómo habitar esos conceptos vacíos de experiencia? ¿Cómo conectarlos con los sentimientos, las emociones y los intereses de la propia vida?
Todas esas preguntas me fueron llevando a la idea de encargar a mis alumnas y alumnos que compusieran un cuento breve sobre los temas que vamos tratando durante el curso. Redactando la historia se verían obligados a pulir su gramática, a afinar su ortografía, a habitar el lenguaje. Construyendo personajes descubrirían distintas maneras de ser, de pensar y de afrontar los grandes problemas. Ideando un argumento trabajarían la compleja trama de motivaciones, conflictos y necesidades de la acción humana. Y, en definitiva, recreando con sus propias manos los conocimientos que tenían que aprender, les darían vida a través de la imaginación.
El resultado de todo ese proceso son los veinticinco relatos que componen este libro.
Por supuesto, no estamos hablando de escritores profesionales, ni siquiera aficionados. Sus personajes no son de una gran profundidad psicológica, las historias no son de una gran complejidad, ni su estilo literario es muy depurado. A menudo, de hecho, dejándonos arrastrar por el relato, no hemos podido volcar en estos cuentos todo el trabajo que hemos realizado en el aula. De modo que quien los lea no va a encontrar en ellos un libro de texto. Si los grandes filósofos de la historia se dedicaron a buscar explicaciones para la vida, lo que hemos intentado nosotros aquí ha sido, partiendo de ese legado, el camino inverso: dar vida a las explicaciones.
Además, hay algo que estos cuentos sí tienen. Tal vez no están escritos por grandes poetas, pero están escritos por adolescentes; jóvenes que estudiaron filosofía en el curso 2017/2018, y que dejaron más de sí mismos en sus fabulaciones de lo que se daban cuenta. En estos relatos está contenida su visión del mundo, de las relaciones humanas, de los problemas sociales tal y como ellos los ven; sus valores, sus ilusiones, sus prejuicios… Quizá no han realizado un agudo análisis de la realidad, pero sí han conseguido retratar mejor que nadie una realidad determinada: la que hay en el interior de sus cabezas.
En la fase de edición de este libro he pensado mucho en las alumnas y alumnos que lo han escrito; las autoras y los autores. Imagino que dentro de unos años no recordarán muchas de las fechas o de los nombres que han aprendido este curso, y eso no me parece mal. No son, no somos, un contenedor para almacenar datos; no somos la biblioteca sino el bibliotecario. Imagino que un día abrirán este libro por casualidad, y lo ojearán con una sonrisa. Recordarán, espero, que el conocimiento también puede ser divertido. Recordarán cómo eran, e, inevitablemente, pensarán en cómo son; cómo era el mundo que intentaron reflejar en sus relatos, cómo ha cambiado y cómo han cambiado ellos. Sin darse cuenta, estarán, una vez más, filosofando.
Así que nos vemos allí, en el futuro, en nuestra propia historia de la filosofía, la que hemos compartido durante este curso, la que vamos a compartir cada vez que se abran de nuevo las páginas de este libro. No tardéis. Yo ya os estoy esperando.