Héctor García Vázquez: «Platón, una vez más»

Dos imperativos éticos para el profesor de Filosofía. El primero: «En clase, hazte comprensible». El segundo: «Procura, cuando tu tiempo te lo permita, sacar la Filosofía a la calle»

Si hay un filósofo del que todo el mundo ha oído hablar, ese es Platón. ¿Quién no recuerda su mito de la caverna? Dicho mito tiene dos partes, la segunda se suele olvidar con frecuencia. Recordémoslas. Platón habla de forma alegórica del ser humano y el conocimiento. Todos nosotros somos como prisioneros encadenados a un poste, en el interior de una caverna, mirando siempre hacia una pared en la que se proyectan sombras. Las sombras las produce un fuego encendido detrás de los prisioneros, al iluminar objetos que transportan otros hombres detrás de nosotros. Pero nosotros, por nuestra situación no vemos a los hombres ni a las cosas y pensamos que las sombras son la única realidad. Con las sombras, Platón quiso representar las opiniones equivocadas de la gente, el engaño, el falso conocimiento. Pero uno de esos prisioneros, acaba liberándose, sale de la cueva y contempla la verdadera realidad: el mundo exterior. La salida de la cueva no es fácil, pues el ex convicto camina en la oscuridad y de pronto es cegado por la luz del sol. Esta es la primera parte, la de las sombras, la que no se suele olvidar.

Ahora viene la segunda parte. El prisionero liberado vuelve a la caverna a por los demás, a intentar rescatarlos mostrándoles el engaño en el que han vivido. Platón nos quiere decir que es el Filósofo, que ama y ha descubierto la sabiduría, el que debe mostrar el camino a sus compañeros. Alcanzar la sabiduría no es fácil, pero ayudar a otros a alcanzarla tampoco. En este caso los prisioneros, al escuchar al que viene de fuera, no darían crédito a su relato y/o no le entenderían, puesto que no han visto más realidad que la de dentro de la caverna.
Imaginemos que una tradición de más de 2800 años de antigüedad, la Filosofía, desaparece. Viendo las estanterías de algunas librerías, esta posibilidad es verosímil. Imaginemos además, que los profesores de Filosofía somos los culpables. Hagamos uso entonces, de esa capacidad crítica de la que tanto habla nuestro gremio. Analicemos que parte de culpa tenemos nosotros en la desaparición de la Filosofía. Siempre me han encantado las distopías, ayudan a pensar.

Antes que nada una aclaración: la Filosofía estudia Ideas (Estado, Dios, Ser humano, Naturaleza, Cosmos, Ciencia, Belleza, Bien, etc.). La mente humana siempre ha fabricado Ideas con las que entender y comunicarse el mundo. Manejamos Ideas cuando discutimos en un bar, leemos la prensa, vemos una tertulia en televisión, debatimos en clase. Gustavo Bueno llamaba a este manejo de Ideas ´Filosofía mundana´. Esta forma de filosofar no podrá morir nunca, pues forma parte de nuestra naturaleza humana. En cambio, un profesor de Filosofía pertenece a la tradición académica, la que últimamente ha estado en cuestión. Nuestra disciplina, como cualquier otra, posee un lenguaje técnico y complejo, fruto del análisis crítico de numerosas Ideas a lo largo de años. En eso se diferencia de la ´Filosofía mundana´.

Una de las cosas que más le duele a un profesor de Filosofía es encontrarse a gente que habla de la Filosofía que estudió en el instituto como de algo incomprensible. Hay que explicar que en clase se confrontan la Filosofía Académica con la Filosofía Mundana. El prisionero liberado, esto es, el profesor, tiene que bajar otra vez a la caverna, la clase. Esa bajada, ese hablar con los prisioneros, es lo más difícil. ¿Por qué? Tenemos que hacernos comprensibles.

Hoy en día no tenemos disculpa. Gracias a las series de televisión, al acceso infinito a la música, a la alfabetización masiva, a Internet, tenemos a nuestras disposición un montón de herramientas para hacer asequible la Filosofía a nuestros alumnos. Eso requiere un esfuerzo. Algunos pensarán que los que tienen que hacer el esfuerzo son los alumnos, sí, eso también. Pero la Filosofía no puede ser una disciplina esotérica, que manejen unos pocos privilegiados.

No oculto los motivos gremiales de nuestra defensa: el gremio de Filosofía tiene que comer y que pagar facturas. Queremos vivir de la filosofía académica. Porque además, amamos nuestra disciplina y nos parece necesaria en la sociedad.

Por eso propongo dos imperativos éticos para el profesor de filosofía. El primero: «En clase, hazte comprensible». El segundo: «Procura, cuando tu tiempo te lo permita, sacar la Filosofía a la calle». La calle es la caverna de hoy, por ello nuestro gremio debería participar más en tertulias, hacer cafés filosóficos, vídeos en YouTube, celebrar el Día de la Filosofía y hacer propaganda de libros de Filosofía fáciles y amenos para el profano como Antimanual de filosofía, de Michel Onfray; Una pequeña historia de la filosofía o Filosofía Básica, de Nigel Warburton; La filosofía en 100 preguntas, de Vicente Caballero. Y no con el objetivo de iluminar a la gente, sino de aportar un poquito más de claridad y comprensión a nuestras Ideas. Y recuerda a Platón: todo lo que sube, tiene que bajar.

Artículo de Héctor García Vázquez, socio de la Sociedad de Filosofía de la Región de Murcia y profesor de Filosofía, publicado el 31 de enero en La Opinión de Murcia.