Comienza el curso «La filosofía y las emociones»

Imágenes de la primera sesión del curso La filosofía y las emociones, que tiene lugar en el marco del programa Cartagena Piensa. Esta primera jornada trató sobre sobre la relación entre las emociones y el género y estuvo impartida por Diana Martínez.



Héctor García Vázquez: «Platón, una vez más»

Dos imperativos éticos para el profesor de Filosofía. El primero: "En clase, hazte comprensible". El segundo: "Procura, cuando tu tiempo te lo permita, sacar la Filosofía a la calle"

Si hay un filósofo del que todo el mundo ha oído hablar, ese es Platón. ¿Quién no recuerda su mito de la caverna? Dicho mito tiene dos partes, la segunda se suele olvidar con frecuencia. Recordémoslas. Platón habla de forma alegórica del ser humano y el conocimiento. Todos nosotros somos como prisioneros encadenados a un poste, en el interior de una caverna, mirando siempre hacia una pared en la que se proyectan sombras. Las sombras las produce un fuego encendido detrás de los prisioneros, al iluminar objetos que transportan otros hombres detrás de nosotros. Pero nosotros, por nuestra situación no vemos a los hombres ni a las cosas y pensamos que las sombras son la única realidad. Con las sombras, Platón quiso representar las opiniones equivocadas de la gente, el engaño, el falso conocimiento. Pero uno de esos prisioneros, acaba liberándose, sale de la cueva y contempla la verdadera realidad: el mundo exterior. La salida de la cueva no es fácil, pues el ex convicto camina en la oscuridad y de pronto es cegado por la luz del sol. Esta es la primera parte, la de las sombras, la que no se suele olvidar.

Ahora viene la segunda parte. El prisionero liberado vuelve a la caverna a por los demás, a intentar rescatarlos mostrándoles el engaño en el que han vivido. Platón nos quiere decir que es el Filósofo, que ama y ha descubierto la sabiduría, el que debe mostrar el camino a sus compañeros. Alcanzar la sabiduría no es fácil, pero ayudar a otros a alcanzarla tampoco. En este caso los prisioneros, al escuchar al que viene de fuera, no darían crédito a su relato y/o no le entenderían, puesto que no han visto más realidad que la de dentro de la caverna.
Imaginemos que una tradición de más de 2800 años de antigüedad, la Filosofía, desaparece. Viendo las estanterías de algunas librerías, esta posibilidad es verosímil. Imaginemos además, que los profesores de Filosofía somos los culpables. Hagamos uso entonces, de esa capacidad crítica de la que tanto habla nuestro gremio. Analicemos que parte de culpa tenemos nosotros en la desaparición de la Filosofía. Siempre me han encantado las distopías, ayudan a pensar.

Antes que nada una aclaración: la Filosofía estudia Ideas (Estado, Dios, Ser humano, Naturaleza, Cosmos, Ciencia, Belleza, Bien, etc.). La mente humana siempre ha fabricado Ideas con las que entender y comunicarse el mundo. Manejamos Ideas cuando discutimos en un bar, leemos la prensa, vemos una tertulia en televisión, debatimos en clase. Gustavo Bueno llamaba a este manejo de Ideas ´Filosofía mundana´. Esta forma de filosofar no podrá morir nunca, pues forma parte de nuestra naturaleza humana. En cambio, un profesor de Filosofía pertenece a la tradición académica, la que últimamente ha estado en cuestión. Nuestra disciplina, como cualquier otra, posee un lenguaje técnico y complejo, fruto del análisis crítico de numerosas Ideas a lo largo de años. En eso se diferencia de la ´Filosofía mundana´.

Una de las cosas que más le duele a un profesor de Filosofía es encontrarse a gente que habla de la Filosofía que estudió en el instituto como de algo incomprensible. Hay que explicar que en clase se confrontan la Filosofía Académica con la Filosofía Mundana. El prisionero liberado, esto es, el profesor, tiene que bajar otra vez a la caverna, la clase. Esa bajada, ese hablar con los prisioneros, es lo más difícil. ¿Por qué? Tenemos que hacernos comprensibles.

Hoy en día no tenemos disculpa. Gracias a las series de televisión, al acceso infinito a la música, a la alfabetización masiva, a Internet, tenemos a nuestras disposición un montón de herramientas para hacer asequible la Filosofía a nuestros alumnos. Eso requiere un esfuerzo. Algunos pensarán que los que tienen que hacer el esfuerzo son los alumnos, sí, eso también. Pero la Filosofía no puede ser una disciplina esotérica, que manejen unos pocos privilegiados.

No oculto los motivos gremiales de nuestra defensa: el gremio de Filosofía tiene que comer y que pagar facturas. Queremos vivir de la filosofía académica. Porque además, amamos nuestra disciplina y nos parece necesaria en la sociedad.

Por eso propongo dos imperativos éticos para el profesor de filosofía. El primero: «En clase, hazte comprensible». El segundo: «Procura, cuando tu tiempo te lo permita, sacar la Filosofía a la calle». La calle es la caverna de hoy, por ello nuestro gremio debería participar más en tertulias, hacer cafés filosóficos, vídeos en YouTube, celebrar el Día de la Filosofía y hacer propaganda de libros de Filosofía fáciles y amenos para el profano como Antimanual de filosofía, de Michel Onfray; Una pequeña historia de la filosofía o Filosofía Básica, de Nigel Warburton; La filosofía en 100 preguntas, de Vicente Caballero. Y no con el objetivo de iluminar a la gente, sino de aportar un poquito más de claridad y comprensión a nuestras Ideas. Y recuerda a Platón: todo lo que sube, tiene que bajar.

Artículo de Héctor García Vázquez, socio de la Sociedad de Filosofía de la Región de Murcia y profesor de Filosofía, publicado el 31 de enero en La Opinión de Murcia.


Diana Martínez Espín: «Utopía y revolución»

"La utopía muestra que aquello que parece ser una realidad insalvable que nos oprime, no es más que un producto social: puede cambiarse. ¡Las cosas pueden cambiar!"

2018 trae uno de los eventos filosóficos más importantes para la Región de Murcia y sus institutos de Educación Secundaria: la Olimpiada Filosófica, que con ésta es ya su quinta edición. Organizada por la Sociedad de Filosofía de la Región de Murcia en colaboración con la Facultad de Filosofía y el apoyo de la Fundación Séneca, esta ocasión está dedicada a dos cuestiones sobre cuya actualidad quisiéramos reflexionar aquí: la utopía y la revolución.

Es la nuestra una sociedad sumida en un eterno presente. Paradójicamente se habla de futuro, pero ese futuro no es más que la repetición monótona de lo ya conocido. Se hace énfasis en la novedad y en lo creativo, pero aquello que se califica de nuevo no es más que lo ´mismo´ vestido de una forma diferente. Hemos perdido la capacidad de sorprendernos, de maravillarnos, de imaginar, de soñar. El ser humano ha llegado a un nivel de desarrollo sin parangón en toda la historia, pero, en cambio, somos más pobres que nunca: pobres en experiencias, pobres en aspiraciones y en sueños. Un sentido común infame se extiende como una pandemia por todas nuestras sociedades, un sentido común cuya consigna es la siguiente: las cosas no pueden cambiar, el mundo no puede cambiar. En cualquier caso, nos dicen, debemos cambiar nosotros mismos, debemos adaptarnos. El inconformismo es señal de patología psicológica, el rebelde es un psicópata. No hay más opciones: hay que adaptarse.

Frente al sentido común, frente a una realidad que se quiere presentar como la única posible, necesitamos un pensamiento utópico y revolucionario. Pero, ¿qué es la utopía? La utopía es la rebelión contra la realidad, contra su totalitarismo y tiranía, que quiere hacernos creer que lo que sucede, sucede necesariamente. La utopía muestra que aquello que parece ser una realidad insalvable que nos oprime, no es más que un producto social: puede cambiarse. ¡Las cosas pueden cambiar! Y no hay cambio sin utopía, sin un horizonte de futuro desde el cual juzgar nuestro presente.

El pensamiento moderno es incomprensible sin esa dimensión utópico-crítica que va ligada a una novedosa fe en el hombre que contrastaba con aquella condena medieval de lo mundano. A partir de aquel momento, el hombre se supo dueño de su destino, y la utopía emergió como el sueño de que una sociedad mejor y más justa era posible, como el anhelo de no esperar hasta la muerte para encontrar el paraíso, sino de traerlo hasta la tierra. Por eso en los siglos XVI y XVII se escribieron tantas utopías: Tomas Moro, Campanella, Bacon... todos estos autores escribieron desde una radical fe en el hombre, que les hizo creer que algo distinto era posible.

La revolución, por su parte, podría definirse como el intento de realizar la utopía, de hacerla presente. Ambas, utopía y revolución, constituyen una ruptura con el orden existente, y podemos decir que no hay revolución sin utopía. Marx es quizá el pensador que mejor enlaza ambos momentos en su sistema: su utopía comunista sólo llegaría con la revolución, con el alzamiento del proletariado. El siglo XIX es el siglo de las revoluciones y, con ello, también de las utopías. Ese fantasma que, según afirma Marx en su Manifiesto, recorría toda Europa, no sólo era el fantasma del comunismo, sino también el de la utopía, el de la esperanza.

Ahora parece que hemos olvidado esa preciada herencia que nos dejó la Modernidad, y esa dimensión utópico-crítica y revolucionaria parece extinta de todo nuestro pensamiento y nuestras prácticas. Sólo hay un problema: sin utopía no hay esperanza, sin jóvenes revolucionarios no hay futuro. Sólo hay un problema: una sociedad sin sueños es una sociedad muerta. Parece que hemos vuelto a olvidar, de nuevo, que nosotros somos los únicos dueños de nuestro destino, y que éste no puede ser escrito por entes divinizados, sean celestiales, o tan mundanos y materiales como pueda ser un gobierno o el mercado. La cuestión es sencilla: podemos dejar que el curso de la historia persista ciego y sin rumbo, o bien podemos hacernos conscientes de que somos nosotros los que construimos la historia. Cuando cobramos conciencia de esto, es entonces cuando la utopía se vuelve posible, y toda injusticia inexcusable. Acabemos, pues, con ese nefando sentido común. No necesitamos más gente cuerda ni sensata, necesitamos locos, excéntricos que construyan la utopía. No importa que sea inalcanzable, lo importante, como decía Galeano, es que nos hace caminar.

Son muchas las razones, en suma, por las que ´revolución´ y ´utopía´ se presentan aún como conceptos tan sugerentes para la autorreflexión y la crítica. En unos pocos meses serán los alumnos y alumnas de los institutos de Educación Secundaria de la Región los que tomen la palabra. También nuestro futuro depende de su mirada sobre las cosas.

De ahí la importancia de esta V Olimpiada Filosófica, que organizamos con el deseo de que sea tanto un espacio para el pensamiento como para el encuentro.

La Secretaria de la SFRM, Diana Martínez Espín, publicó este artículo en La Opinión de Murcia el 16 de enero.